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RAQUEL MELLER Y EL TOCADOR DE SEÑORAS

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Jacinto Benavente dijo de Raquel Meller que andaba por el mundo sin bozal. La frase señalaba perfectamente el fuerte carácter de la cupletista aragonesa. En esta entrada voy a acercarme a algunas de las historias que se le atribuyen.

Retrato de J. Sorolla


Paca Marqués López (Raquel Meller) creció entre las monjas clarisas en Francia y su familia en el Poble Sec de Barcelona. Debutó en 1908 en el salón La Gran Peña. Su éxito le llegó a partir de 1911 cuando estrenó sus mayores éxitos La Violetera o el Relicario. En esta época opta por su seudónimo,
 pronunciandolo con un cierto acento alemán que ayudó a crear la leyenda de su militancia germanófila.

Raquel se casó dos veces, pero sus matrimonios no fueron precisamente un éxito. Con el diplomático Enrique Gómez Carrillo estuvo casada tres años (para ampliar información clicar texto resaltado). Él era "un hijo de la bohemia y se gozaba en ella, era un hijo de las calles, del alumbrado a gas, de las putas y sus chulos, de los bares, de la gran ciudad, de la capital del mundo de ese entonces y aún más, estaba completamente al tanto de que esa vida le carcomía los nervios". A Enrique se le había relacionado con Mata Hari, por lo que la leyenda de una mujer espía señaló más tarde a la propia Raquel.



Tras la Guerra Civil, en Barcelona se casó por segunda vez con el empresario francés Demon Sayac, vivieron siempre separados.

Cuentan sus detractores que cuando Raquel entraba al tocador de señoras, las chicas "decentes" salían corriendo para evitar el acoso de la cupletista. Uno de las mujeres que más sufrieron este supuesto acoso fue la comediógrafa Fernanda de Vilarino, a quien dedicó una de las pocas canciones de contenido lésbico de la época: Oh, señorita. 



Cuentan que cuando interpretaba la canción Nena, de Joaquín Zamacois, mientras cantaba:
"Nena...Que mi vida llenas de ilusión. //Deja que ponga //con embeleso //junto a tus labios //la llama divina de un beso", miraba fijamente a alguna muchacha fruto de sus deseos. 



Raquel Meller triunfó durante los años 30 en París, siendo una artista cotizada como los más imporantes de la época: Carlos Gardel, Maurice Chevalier...

Otra anécdota la relaciona con Alfonso XIII. Parece ser que este monarca, famoso por su vida licensiosa, la invitó a sus aposentos. Raquel, como antes ya hizo Pilar Alonso, declinó la invitación: "Si quiere verme que venga al teatro a escucharme". La noticia transcendió y el monarca con la reina fue a verla al teatro, un ramo de flores suyo llegó al camerino zanjándose el incidente.

En 1930 Chaplin le ofreció interpretar "Luces de la ciudad", a partir del tema que ella popularizó: La violetera. Parece ser que ella lo despreció: "tu arte es muy inferior al mío", así Raquel quedó fuera de uno de los mejores films de la historia del cine. 




El cubano Hernández Catá escribió sobre ella (1): “He aquí una mujer menuda y terrible. Ojos de mar, carne traslúcida que deja entrever en cada momento la luz del alma, movilidad suave de gestos y casi de facciones por la cual se transforma en muchas mujeres, en todas las mujeres; en la mujer eterno vampiro y meta eterna del anhelo viril…”

En Barcelona estaba peleada con todas las cupletistas. A las que cantaban en catalán las acusaba de anti-españolas, al resto las menospreciaba. Se le atribuye un anticatalanismo militante, monárquica capaz de dejar plantado al rey, católica que se casó por lo civil y en dos ocasiones, espía de los unos y los otros... Su carácter tan altivo le granjeó grandes enemistades y muchas leyendas para desacreditarla. Lo cierto es que finalizada la guerra regresó Barcelona donde vivió hasta su muerte en 1962. Su entierro fue multitudinario.


Siempre que organizo una ruta por la zona me acerco a su estatua frente al Teatre Arnau, en el Paral.lel de Barcelona. Explico alguna de sus múltiples anécdotas, leo alguna de sus letras y expreso mi admiración. En las dos últimas ocasiones pregunté cuantas personas la conocían, nadie respondió. 







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